27/11/16

Decreto: Soy violinista

Soy violinista. No es un estado. No es una profesión. A estas alturas tampoco es una opción. 

No puedo decir que soy un buen violinista, tampoco un mal violinista. Esta discusión no tiene nada que ver con la calidad. Tampoco tiene que ver con logros o fracasos. Ninguno de los caminos disponibles para el ser humano lo lleva a dejar de serlo. 

Tal declaración da mucho miedo. Soy conciente de las limitaciones que debo enfrentar día a día, montañas difíciles de escalar. Escasez de tiempo, cansancio, desconcentración, frustraciones. Mi propio cuerpo lleno de tensiones. Mis deditos que son de humano. También soy conciente que hay un universo prácticamente infinito de cosas que no sé. En el espacio de lo desconocido se encuentran las respuestas a nuestras preguntas más profundas (y hay todo un cosmos rodeando al planeta llamado música).

Sin embargo, el miedo muchas veces es sobrepasado con creces por la emoción y la adrenalina. La inspiración, que se transforma en algo cotidiano, es como una plasticina que despierta todos los días con una forma distinta. El sonido, que atraviesa muros de piedra y de hueso, parece que emanara directamente de mi pecho, como un superpoder, o de mi frente, como un pensamiento que se comparte solo a través de vibraciones en el aire. 

Al descubrirme violinista, ya no quedan opciones. Ya no es posible pensarse como siendo otra cosa. Cualquier cosa distinta es un atentado a mis células. Soy esto, nada más, nada menos. Soy feliz con lo que tengo, y si voy por más, no es por ambición, sino por abrazar lo desconocido (en ese cosmos que les conté, cualquiera puede ser astronauta).

Como violinista, recorro el mundo y hago mi vida, a veces sufriendo, a veces completo. A veces alegrando, a veces decepcionando. Pero ya no tengo que preocuparme de parecer, de vender mi imagen, de escribir mi currículum. No es sano vivir tratando de encajar en todas las academias. Es mejor preocuparse de encajar con Dios, con el amor, con la familia, con los amigos, con la naturaleza.  

Todo lo que uno es se puede compartir sin miedo a perderlo.