Es distinto no tener un don, que tener un anti-don.
Y eso le pasa a Fermín.
Digámoslo así: no es, precisamente, un agrado escucharlo cantar.
No, por favor, cállenlo.
Es que es imposible pensar cuando Fermín se pone a cantar.
Es insopor.
Peor que escuchar una canción de la nueva ola.
O que sentarse a escuchar una predicación en el paseo ahumada.
Es una tortura china, pero si permaneces a su lado cuando canta,
es un suicidio.
Qué manera de no-cantar, el pobre Fermín.
En verdad conmueve, si lo miras de lejos, y no alcanzas a escucharlo.
Pero si lo escuchas, lo único que deseas, y sin dudarlo,
es matarlo.