8/12/07

Vida

Vamos muriendo con cada día que pasa.

Envejecemos, pero seguimos siendo los mismos. Transcurre el tiempo sin detenerse. Los días no esperan a que nos pongamos de pie. Simplemente pasan, y vamos corriendo a la par, mirando hacia atrás y a veces hacia adelante, pero siempre sujetándose el sombrero para que no se vuele.
Los acontecimientos son simples anécdotas. Los recuerdos se van borrando, pero dejan huellas en los ojos.


La vida es el momento de estar solo, y saber estarlo en compañía de otros.
Pero la esencia solitaria del ser nada puede cambiarla. Somos uno y nada más.
Uno frente al mundo, uno frente a Dios.

En nuestro caminar, vamos aprendiendo a desprendernos de todo. A no aferrarnos a los momentos que más nos gustan, y tampoco a los que menos. 
Mucha gente entra y sale de nuestra vida. Entra y sale.


En cambio, sostendremos bien firme en la mente y aún más en el corazón, que solo hay una cosa digna de ser retenida con todas las fuerzas. Una sola cosa que da sentido a los momentos, a la solitarieidad y al hecho de seguir manteniendo la esperanza. 

Las cosas innecesarias vamos soltando. Los detalles nos revelan grandes verdades, pero incluso los detalles vamos dejando atrás. Las ilusiones, los sueños, los planes, cúmplanse o no. Amigos, parientes, amores. Carácter, emociones, pensamientos. 

Desprenderse, desprenderse.
Y con el desprendimiento, descubrir.


Descubrir que todo permaneció extrañamente ahí, que nada desapareció en el vacío.
Descubrir que sin darnos cuenta hemos sido construidos de las maneras más insólitas e increíbles.
Que hemos sido moldeados, con lágrimas, con sangre. Que hemos sido formados para calzar perfecto en el puzzle. Que a pesar de todo, estamos sonriendo.


Los días pasan
y con ellos vamos naciendo.