17/5/08

Banco de Mayo

Ayer recordaba aquellos tiempos en que parecía que la vida era demasiado larga como para vivirla tan intensamente como acostumbraba.

Sí, resultó ser demasiado larga para un ser humano sensible y atento a los mínimos detalles de cada día. Tanto, ¿será posible soportar tanto?

Lo contradictorio de mi estado mental se refleja en las ganas de vivir que siempre me han caracterizado. Hijo, no te engañes, soy viejo, es cierto, pero soy igual a tí. Tengo los mismos temores, aunque templados por la experiencia. Se aprende a vivir con ellos, y es algo hermoso, no pienses que crecer nos hace insensibles. Si hay algo que me gustaría que entendieras muy bien, es que no hay que tener miedo de crecer.

Por lo mismo, no creas que quiero retroceder el tiempo, ¡oh no!, no quiero volver a la época en que mi mente abrazaba con la misma fuerza lo verdadero y lo vanal, teniendo conciencia, aunque escondiéndola, del profundo abismo que entre ellos había, y atribuyéndole a los sentidos la facultad de elegir.

¡Qué torpe! Si hubiera escuchado mejor, si tan solo me hubiera despojado un poquito de mi soberbia juvenil, muchas lecciones no hubiera tenido que aprenderlas con el método de la corrección, esa especie de acción reacción natural que irónicamente nunca es burlada.

Si pudiera resumirte mi vida, lo haría remitiéndome a dos sucesos insignificantes en el tiempo y en sus consecuencias prácticas. La vida de cualquiera no se resume en palabras, sino en momentos, uno o dos, de tan solo cinco segundos de duración. Es la esencia de tí mismo, que se asoma tan timidamente, la percibimos en nuestros mejores y peores momentos, solo la distinguimos al parecer completamente un par de veces en la vida, y la mayor parte de ésta, la ignoramos. A estas alturas de mi vida, hijo, siento que está más presente que nunca, y es la misma sensación que sentía cuando, de niño, caminaba de la mano de mi padre por algún parque, y de joven, me dedicaba a leer sentado en el suelo de mi habitación tardes enteras de otoño, sabiendo que al día siguiente tendría la oportunidad divina de verla.

Ahora no son tantas las emociones que me visitan, no corren para llegar, pero tampoco se apuran para retirarse de mi asiento, y dejarme aquí, mirando las estrellas, ya sin miedo. Sin embargo, me siento más vivo que nunca, más yo que cuando me creía dueño de mi vida, auténtico y con estilo, y a la vez, más sereno.

No sientas pena por mí. Si miras bien en mis ojos, verás como desaparecen las arrugas y el pelo vuelve a crecer, como se endereza la espalda al mismo tiempo que retornan la fuerza de los brazos y las piernas. Entonces verás como me pongo de pie, y con la misma fuerza vital que de joven me caracterizaba, me verás correr como siempre he corrido hacia la meta, pero, ahora, sin rastro de ansiedad en la cara, sin contraer la boca por las muchas preocupaciones, los ojos confiados y el corazón latiendo como hace tanto que no late. Soy yo, el mismo de siempre.