21/3/09

Observador de la historia

No habla mucho, pero tiene una personalidad impresionante frente al espejo durante sus sesiones matutinas, en las que se promete que este día sí, que hoy sí que cruzará la primera palabra con alguien.

Pero no, sus palabras se escabullen de su boca hacia su mente, en donde encuentran una cámara de eco.

Como todos los días, llega a ocupar su modesto asiento. Nadie tiene muy claro lo que hace, pero es eficiente. Sabe hacer bien su trabajo, no pretende ser un grande, no opina, no reclama ni se mete en problemas.

Nadie jamás notaría que en su mente el haría las cosas de un modo totalmente distinto. Se imagina llegando temprano a la oficina, todos los presentes acercándose diligentemente, lo saludan, y él, con una sonrisa de hombre de negocios seguro de sí mismo, saluda por aquí, saluda por allá, unas cuantas señas con la mano, paso seguro, miradas de cortesía que son devueltas con efusividad, y directo a su oficina.

Ahora levanta la vista de la vieja pantalla de computador, y piensa que en realidad no necesita tanto. Quizá su mundo sería mucho más agradable tan solo trasladando su puesto a otro lugar, lejos de esta esquina oscura y húmeda en la que le toca trabajar, la misma esquina rechazada enérgicamente por sus compañeros, heredada por él gracias al conceder de su silencio. Silencio que no se sabe bien si supo guardar en el momento indicado, o no le quedó otra porque las palabras no le salen tan fácil de la boca. Digamos que tiene un pequeño problema disociativo, de ser uno en su mente y otro de carne y hueso que no habla, aunque tiene mucho que decir; no cuenta chistes, aunque se ríe a solas de las situaciones graciosas que inventa; no pregunta, nuevamente, y quizá ya está de más decir, que si se atreviera a plantear sus cuestionamientos el mundo sería un lugar un poquito mejor.

A pesar de todo, se da pequeños lujos que celebra al llegar a su casa de noche. Va al teatro y siente el placer indescriptible de ser el último en terminar de aplaudir, y cuando pasa a tomarse un café en la esquina impresiona al mesero con una propina generosa sacada directamente de su billetera, que deja como si nada sobre la mesa, sin sentirse culpable por este despliegue de bondad que lo dejará sin dinero por el resto de la semana.

4 comentarios:

  1. Más que intención sospechosa, es mi intención libre de sospecha. Pero sospecho que este personaje tuyo, a pesar de sus pequeños placeres, sería mucho más feliz si, como Bartlevy el escribiente, le respondiera a la gente: "Preferiría no hacerlo". Ni cambiar la mesa del rincón si quiera. Mejor sería marcharse al mundo donde habitan las personas vivas; el cual, sin duda, tú conoceras más que de oídas.
    Un placer pasarme por aquí.

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  2. Gracias por esto, me gustó leerte.

    Visitanos.

    http://asadodecostilla.blogspot.com/

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  3. me gustó mucho tu blog ! es un gusto leer lo que escribes !
    saludos!

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  4. Enhorabuena por tu blog o mejor dicho, por tu talento.
    Supongo que nos hemos de sentir identificados con tu personaje, que todos ansían ser la persona que tienen en la mente y que la mayoría de las veces no concuerda con la de carne y hueso...
    Aunque también es divertido reinventarse.
    Un saludo

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Gracias por tu visita.